Impresiones de Canadá
Escrito por Isabel Martín Rojo, jueves 16 de octubre de 2014 , 19:18 hs , en Cartas desde Canadá

Noticias de nuestro alumno Carlos Gandiaga desde Canadá

Y entonces te das cuenta de que tu nombre está en la lista. Una llamada, un mensaje, un abrazo o una sonrisa. Todo vale para enterarte de que estás ahí, camuflado entre los otros 99, como intentando no llamar la atención y que las miradas pasen de largo. Como si tu vida no acabara de cambiar.

Minutos después, aún con la piel de gallina, empiezas a sentir un enorme peso sobre tus hombros. No es la presión por los resultados, que se fue hace un rato. Tampoco es que tu cabeza haya engordado de repente, creo. Es el peso de las numerosas capas de abrigo que sabes que te va a tocar llevar. Porque sí, te vas a Canadá, al otro lado del charco. Ve asimilándolo, porque es verdad. Diez meses rodeado de osos dispuestos a devorarte al primer paso en falso a 6000 kilómetros de tu hogar, donde tus huesos no se puedan recuperar fácilmente. Un curso académico sin tu familia (la española, la de sangre), sin tus amigos de toda la vida, fuera de tu entorno... Un año, a primeras, duro.

A veces me siento como si llevara unos meses con una venda negra en los ojos, dando pasos sin saber a donde voy, sin saber si unos metros más adelante se encuentra un precipicio o el paraíso. Pero no lo pienso, quizás esta sensación de hacer lo que crees correcto, sin meditarlo, sea lo que a los adultos y demás entendidos les gusta llamar "vivir". 

Estos primeros párrafos los escribí hace varios meses, cuando Canadá no estaba a solo 10 000 kM, sino que nos separaban también unos cuantos meses. Cuando no estaba a menos de 72 horas de abandonar las mismas calles por las que en su tiempo se paseaban principes y nobles, intelectuales y conquistadores, y que hasta ahora me han visto crecer.

Ahora desgastaré (y además de verdad, a menudo arrastro los pies) la acera de un pueblecillo llamado Goderich. A orillas del lago Hurón y con puerto, dos playas y, aproximadamente, unos 7500 vecinos. Entre ellos, mención especial a mi nueva familia, los Edwards. Un encantador matrimonio con tres hijas que, desde que nos emparejaron, me ha transmitido hospitalidad, seguridad y hasta calma.

 

Lejos quedan los días en los que me mordía las uñas esperando la identidad de mi host-family (familia de acogida). Más aún aquel en el que oí hablar de la beca por primera vez: una tarde de principios de 2013, nevaba. Una amiga de un año más me contó que había echado la solicitud para estudiar el año siguiente al otro lado del charco. Se me iluminaron los ojos y me empecé a informar. Una beca que te cubría 10 meses en Canadá, con manutención y traslados incluidos y una paga mensual. Un año  y unos meses más tarde, nos repartían información desde jefatura de estudios y, semanas después, días antes de que venciera el plazo (para variar), me encontraba convenciendo a mi madre de que echáramos la solicitud. Por probar no pasa nada… ¿no, mamá?

 

Supongo que yo he venido aquí a hablar de la beca, así que os contaré un poco el proceso de selección. La criba consta de tres etapas y sólo se podían presentar aquellos alumnos que cumplieran unos requisitos académicos mínimos. La primera fase establecía el promedio entre tu nota media de 3º ESO, tu nota de ingles del mismo curso y tu renta anual familiar, dando prioridad a las más bajas. La segunda fue una prueba de nivel por escrito. La tercera y última era una exposición en ingles de unos 5 minutos a través de Skype, con elección libre del tema y una entrevista al finalizar. Despúes, las cartas estaban echadas. 

Llegados a este punto me gustaría hacer un breve paréntesis y dar las gracias a aquellos que me han ayudado, calmado, animado,… durante entre este periódo. Son varias personas y seguro que me dejaría a alguien, por lo que prefiero nombrar a dos en concreto. A los dos que más me apoyaron para la última fase, ¡la decisiva!, a mi profesora de clases extraescolares de Inglés (Verónica Villa) y a mi profesor de Inglés del centro (Pedro Escudero). ¡Gracias!

La maleta está a punto de cerrarse (mentira, a la hora a la que escribo esto he de decir que aún no he empezado, pero resulta más literario) y el billete de tren (primero en tren hacia Madrid. Después pasaremos dos días allí los 100 becados y por último cogeremos el avión destino Toronto la mañana del 27) me quema en las manos cuando lo sostengo. Ya es tarde para intentar dar media vuelta, aunque no lo haría. Hay trenes que sólo pasan una vez, y no quiero desaprovecharlo A pesar de lo agridulce que pueden llegar a ser estos últimos días, llenos de despedidas y abrazos. De sonrisas e incluso de algunas lágrimas. De promesas…

   Para finalizar y no aburriros más (perdón por no haber sido demasiado breve…) espero haber sido de ayuda a aquellos que puedan optar a la beca y estén indecisos. Por último, agradecer a Paz, la directora del centro, el haberme dado la oportunidad de expresarme en este espacio. Si el frío o los osos no lo evitan, volveréis a tener noticias mías. Y como siempre, esto no es un adiós, ¡es un hasta pronto! 

PD: si queréis poneros en contacto conmigo por cualquier duda o simplemente queréis informaros un poco de como es la vida por esas tierras tan frías (hablé con mi padre de acogida y se reía al contarme que en invierno se alcanzaban sin problemas 30ºC bajo cero…) con mas regularidad podéis seguirme en mi nuevo blog: http://porfintendreunataquilla.blogspot.com . ¡Gracias!



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