Decía adiós a despertarme pensando ¿qué visitamos hoy?, a probar cada día un queso nuevo, a no poder soltar la cámara ni un segundo porque no había cosa que no me encantara,  a la magia de la ciudad de la luz y el amor, a intentar hacerme entender en ese idioma que tanto me gustaba oír salir de sus bocas, con su pronunciación perfecta… Dejaba atrás un sueño hecho realidad.

Y es que eso ha sido para mí el intercambio: un sueño. Siempre había querido ir a París y llevaba esperando participar desde que mi hermano lo hizo. Tras tres años de larga espera ya se ha acabado, y ahora cuento los días para el próximo.

Pero del intercambio lo mejor que me llevo no es lo mucho que me ha ayudado a practicar el francés, ni siquiera los sitios que he visitado, son las personas. Allí he conocido a gente encantadora, gente con la que podía estar horas y horas hablando, riendo y no cansarme, empezando por mi correspondant, Chloé Jacquet. Ella ha sido como una hermana para mí y ha conseguido que me sintiera  como en casa a pesar de estar a catorce horas de viaje.